Creación de palabras
Curso Gratuito Español
Índice
- Morfología
- Flexión
- Derivación
- Prefijos
- Sufijos
- Sufijos y sufijoides del español de origen griego
- Sufijos y sufijoides de origen latino
- Sufijos de origen germánico
- Parasíntesis
- Composición
- Creación de palabras
- Sustantivo
- El género
- El número
- Las reglas de pluralización
- Artículos definidos
- Demostrativos
- Posesivos
- Numerales
- Indefinidos
- Interrogativos y exclamativos
- Pronombre
- Clases de pronombres
- Cuadro de usos de los pronombres personales
- Adjetivo
- Apócope
- Grado
- Sustantivación
- Sustantivación
- Verbo
- Modos Verbales
- Desinencias de la conjugación regular
- Conjugación regular
- Conjugación perifrástica
- Lista de perífrasis verbales del español
- Verbos irregulares
- Adverbio
- Conjunción
- Preposición
Para formar palabras nuevas se recurre en castellano principalmente al procedimiento de la derivación o utilización de afijos para crear neologismos (nuevos vocablos), y bastante menos a la composición a causa de la extensión que tienen las palabras en esta lengua, donde son escasas las palabras monosílabas. La parasíntesis, típica de las lenguas fusionantes, es igualmente poco frecuente. Léxico Retrato del monarca medieval de Castilla Alfonso X el Sabio, primero en fijar una norma escrita para la lengua española y en utilizarla para documentos oficiales y obras científicas. El léxico más antiguo del español está constituido por un pequeño grupo de fósiles lingüísticos prerromanos, en especial vascos (izquierdo), otros probablemente ibéricos (barro, barda, embadurnar, gordo, muñeca, incluso algún antropónimo, como Indalecio) y celtas, bien a través del galo (abedul, alondra, braga, cabaña, camino, camisa, carpintero, carro, cerveza, legua, saya, vasallo), pero fundamentalmente a través del latín (brezo, brío, bota, berro, gancho, greña, légamo, losa, serna), porque los romanos conquistaron Hispania en el año 206 a. C. y la conservaron durante siglos, por lo cual el léxico más abundante del español procede del latín. Léxico de origen más oscuro puede provenir de lenguas que también se hablaron en la península, como el celtíbero, el lusitano y el tartesio e incluso de lenguas de pueblos que establecieron colonias como el fenicio o púnico y el griego. El español es, pues, una lengua románica, romance o neolatina, que deriva en su mayor parte del latín vulgar (no del latín culto) hablado por la gente más común del condado de Castilla. Sin embargo la inestabilidad del imperio romano provocó las invasiones bárbaras del año 409 d. C., en que entraron en la Península diversos pueblos germánicos, como suevos, vándalos y alanos, aunque apenas se quedaron, salvo los suevos, que fundaron un reino en Galicia que duró casi un siglo. Cayó el Imperio Romano de Occidente y en el siglo VI entraron los Visigodos, que crearon un reino en España con capital en Toledo. Ello motivó la introducción de diversos germanismos de una lengua que ocupaba una posición privilegiada de superestrato: heraldo, robar, ganar, guisa, guarecer, albergue, amagar, embajada, arenga, botar, bramar, buñuelo, esquila, estaca, falda, fango, grapa, manir, moho, rapar, ronda, rueca, truco, trucar, parra, ropa, ganso, jardín, aspa, guardia, espía, tapa, brotar, yelmo etcétera. Fueron, en general, vocablos relacionados con el oficio militar de los conquistadores, así como algunos rasgos morfológicos: el sufijo -engo, y gran número de antropónimos como Fernando, Álvaro, Enrique, Rodrigo etcétera. Pero el reino visigodo cayó en poder de los árabes cuando estos invadieron España el año 711, lo que dio lugar a lo más propio y específico del español respecto a otras lenguas neolatinas en cuanto a su léxico: un gran caudal (cuatro mil voces de uso frecuente) de origen árabe o arabismos que no tienen correlato parecido en otras lenguas románicas que han optado por el término de origen latino al no contar con el superstrato árabe: vocabulario relacionado con la agricultura, como noria, acequia, arroba, azadón, alfalfa, alcachofa, albaricoque, algodón, azúcar, zanahoria, aceituna, naranja...; con la fauna, como jabalí, alcaraván, alacrán...; con la jardinería, como alhelí, azucena, azahar; con la construcción, como albañil, alfarero, zaguán, azotea, , aljibe, alcoba, tabique, alcantarilla, azotea, azulejo; con la ropa, como alfombra, taza, almohada, tarima, albornoz; con las ciencias, como álgebra, guarismo, algoritmo, alcohol, alquitrán, talco, cero, jaqueca, alcohol, cifra, jarabe, azufre, alambique, alquimia, cenit, nadir, azimut... Este vocabulario sobre todo científico fue acomodado al castellano gracias a la gran obra cultural de Alfonso X el Sabio, quien mandó traducir numerosas obras científicas árabes al castellano. Al árabe se debe además el sufijo -í (alfonsí, magrebí, israelí), algunos nombres propios como Almudena, Ismael, Fátima, diversos topónimos como Almadén, Gibraltar, Tarifa o hidrónimos como Guadalete, Guadalquivir, y, acaso, cierta influencia en la velarización fuerte de nuestra jota, el fonema /x/, en casos como la pronunciación de la s- inicial latina en j- como en jabón del latín saponem. Con todo, algunas de las características diferenciales del castellano persistieron, como la corrosión de la f- inicial latina, (así del latín farina > harina en castellano, pero farina en catalán, italiano y provenzal, fariña en gallego, farinha en portugués, farine en francés y faina en rumano), la preferencia por un sistema de cinco vocales, la ausencia del fonema labiodental /v/, la introducción del sufijo -rro, como otros rasgos, de los cuales algunos se supone provienen del adstrato vasco. En su desarrollo histórico, la lengua española ha ido además adquiriendo, como otras lenguas de amplio curso, diversos préstamos léxicos, de los cuales los más singulares y específicos son los que provienen de las lenguas indígenas americanas, denominados genéricamente americanismos por más que las lenguas indias que suministraron estos vocablos son muy diferentes, si bien hubo una especial preferencia por las antillanas, ya que fueron estas las primeras regiones colonizadas por España y, por tanto, muchas de las nuevas realidades fueron marcadas desde entonces con vocablos de las lenguas habladas allí: piragua, enagua, caimán, cacahuete, maíz, bejuco, quina, coca, alpaca, vicuña, puma, cóndor, caribe, cigarro, mate, gaucho, petate, petaca, tiza, hule, macuto, butaca, guateque, tiburón, huracán, tomate, patata, chocolate, cacao, tabaco, hamaca, cacique, canoa, ceiba... muchos de estos vocablos pasaron además a las otras lenguas a través del español como lengua puente. Inversamente, algunos vocablos del español pasaron a las lenguas indígenas americanas. Otros préstamos léxicos vinieron al castellano de franceses (galicismos), algunos muy antiguos, como pendón, vianda, emplear, deán, canciller... y la misma palabra español; otros vinieron después del Grand Siècle, en el siglo XVIII, cuando se asentó en el país la dinastía francesa de los Borbones: vocabulario relativo a la moda, como tisú, frac, levita, blusa, chaqué, pana, organdí, franela, piqué, peluquín, sostén, chal...; relativos a la cocina, como menú, puré, restorán, bombón, escalope, croqueta, paté, suflé, panaché, consomé; relativos a la burocracia y la política, como buró, carné, ordenador, comité, complot, rutina; referidos a deportes y espectáculos, como amateur, palmarés, entrenar, ducha, debut, higiene, reportaje, cronometraje, kilometraje, turista, chándal, pilotaje, descapotable, garaje, avión, esquí, aterrizaje, braza, cabina, marcaje, rodaje, bicicleta, pelotón, filme, filmar, doblaje, claque, reprise, ruleta, acordeón, cotillón, vodevil y otros. Algunos son curiosos, pues son hispanismos que volvieron a España desde el francés, como popurri, de pot pourri, olla podrida. Del Reino Unido y Estados Unidos vinieron los anglicismos; antiguos son sur, este, oeste; en el siglo XIX se usaban ya club y dandy, y en los siglos XX y XXI hay una auténtica invasión de términos, muchos de ellos ociosos, ya que poseen correlato en español, relativos sobre todo a la tecnología, los deportes, la economía y los espectáculos: transistor, internet, striptease, gabardina, clip, bloc, revólver, rifle, bulldog, perrito caliente, gol, chutar, fútbol, póker, boxeo, tenis, récord, sprint, golf, ring... De Italia los italianismos, algunos de ellos bastante antiguos (del XIV son florín, cañón, consorcio), pero sobre todo en el Siglo de Oro: soneto, cuarteto, novela, bandido, bando, caporal, coronel, batallón, escopeta, mosquete, madrigal, terceto, capricho, diseñar, bisoño, esbozo, festejar, fragata, escolta, diseñar, modelo, cartón, medalla, zarpar, carroza, pista, hostería, valija etcétera; penetran regularmente, y en el siglo de la ópera, el XIX, penetran con fuerza batuta, diva, melodrama, partitura, solista, vocalizar etcétera. Los hebraísmos son muy antiguos en nuestra lengua; los nombres hebreos del Antiguo y Nuevo Testamento, sean propios o no, llevan en castellano el acento en la última sílaba si terminan en consonante o en alguna de las vocales e, i, o, u: Caleb, Jacob, Moab, Oreb; Isaac, Amalec, Melquisedec, Moloc; David; Josef; Magog; Baal, Abel, Babel, Daniel, Ismael, Israel, Abigaíl, Saúl; Abraham, Siquem, Jerusalén, Belén, Canaán, Arán, Labán, Leviatán, Madián, Satán, Rubén, Caín, Efraín, Setín, Aarón, Gedeón, Simeón, Sion; Agar, Baltasar, Tamar, Eliecer, Ester, Seír, Nabucodonosor; Astarot, Nabot, Sabaot; Acaz; Bartolomé, Betsabé, Jefté, Josué, Noé, Siloé, Getsemaní, Leví, Neftalí, Noemí, Adonaí, Jericó, Esaú, Belcebú. De Portugal vienen los lusismos (chubasco, carabela, mermelada, caramelo, mejillón, ostra); de Cataluña los catalanismos (capicúa, alioli, paella, entremés, butifarra, anís, forastero), de las provincias vascongadas los vasquismos (boina, izquierdo), de Holanda los neerlandismos (canica, amarrar) y de Japón los japonesismos (bonzo, katana, sake, manga, biombo, kimono, sushi, samurai, ikebana, judo, harakiri, origami, kárate, kabuki, geisha, haikú, tanka, kamikaze, bonsai, karaoke, kanji, ninja, sogún, mikado, daimio, feng-sui, tai-chi...). Del mundo malayo polinesio, en el que España estuvo presente también, vinieron palabras como orangután, cacatúa, pantalán, pareo, tabú o tatuar, y a su vez el español dejó vocablos en lenguas como el tagalo filipino o el chamorro o chamoru hablada en la isla de Guam y en las Islas Marianas del Norte, donde comparten la oficialidad con el inglés. Del caló o variante hispánica del romaní, lengua del pueblo gitano, provienen vocablos de origen más o menos marginal, como chaval, currar, molar, fetén, piltra, camelar, chingar etcétera.